jueves, 21 de enero de 2016

Colecciones, antologías y otros atajos al relato fantástico


Christian K.

Me propongo – a pesar de la poca autoridad que reúnen mi escasa actividad literaria y una difusa y traspapelada incursión en el hábito de la lectura – ejercer el papel de Virgilio en este desordenado viaje por el Relato Fantástico; lo cual, no sin alguna injusticia, sitúa a quien me lea en el del poeta que se encuentra perdido en el bosque oscuro de la biblioteca.
Poca autoridad y escaso rigor, pues, no es, y nunca fue, mi intención establecer cronologías, fechas, procesos de formación, momentos fundacionales, ni siquiera aventuras hermenéuticas que agrupen, clasifiquen o impongan lecturas institucionalizadas sobre las obras que componen la Literatura Fantástica que prefiero.
Sólo esa es mi intención, dar cuenta de una preferencia, de caprichos personales que me conducen a sacar un libro y no otro de la estantería del género. Los estudios serios abundan, y han sido escritos por plumas más autorizadas que la mía. Y qué si no el gusto, el placer, condicionan los libros que hemos de elegir en el breve lapso de esta vida.
Tal vez le sirva a aquel lector que, lejos de interesarse por aquella literatura “comprometida”, abnegada diría yo, a los aspectos más prosaicos de la realidad, se siente atraído por la fantasía.
Sobre el género fantástico ha recaído el prejuicio académico, que lo ha llamado literatura juvenil, subgénero, o con algún otro nombre que nos da a entender que las cuestiones serias no pueden ser encontradas entre unicornios, laberintos o vampiros. Literatura de evasión nos dicen, pero ellos mismos se dejan engañar por un escenario tan difuso, y tal vez menos verdadero, que llaman “realidad”.
La fantasía sin dudas le ha servido a Borges, fervoroso lector de Kipling, de Hawthorne, de Stevenson y de Machen; por qué no puede servirle al oficinista, sumergido en la ideología rutinaria, para encontrar una ventana de fuga; tal vez le sirva a la señorita de quince, para pulir la piedra bruta del aburrimiento.
«Que otros se enorgullezcan por lo que han escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído», escribió Jorge Luis Borges, que era, a la vez que un erudito y un conservador, un ávido lector de relatos maravillosos.
No será necesario trazar un camino hacia la obra del mismo Borges, cada uno encontrará, de alguna manera u otra, su propio camino. Pero sí, en cambio, es interesante señalar algunos de los autores y títulos que construyen el extenso motivo de su orgullo. Para ello, no es necesario el excesivo esfuerzo, ni obrar de antologador, pues él mismo nos ha dejado más de una selección de sus obras predilectas.
La amistad de Borges con Jacobo Fitz-James Stuart y Martínez de Irujo, conde de Siruela, más conocido como Jacobo Siruela, editor y propietario de la editorial Siruela, tuvo como resultado la aparición, en 1983 (año en que nací) de la colección Biblioteca de Babel (este es el mismo nombre de un maravilloso cuento de Borges, incluido por primera vez en la serie “El sendero de los jardines que se bifurcan” y posteriormente en “Ficciones”) dirigida y prologada por el propio Borges. Cada ejemplar es una joya, no solo por reunir una nómina de autores insuperable, sino por la sobriedad y el tino que caracterizan a los comentarios de Borges.
Son 33 títulos los que componen la colección, recomiendo especialmente “La Isla de las voces”, de R.L. Stevenson; “La pirámide de fuego”, de Arthur Machen; “El convidado de las últimas fiestas”, de Villiers de LIsle-Adam; “La carta robada”, de Poe; “La casa de los deseos”, de Kipling; “El gran rostro de piedra”, de Hawthorne; “El país de Yann”, de Lord Dunsany; y el “Libro de los sueños”, del propio Borges, que se tomó la libertad de incluir algún trabajo suyo también, con mérito suficiente.
Otro gran amigo y colega de Borges, con quien compartió autoría de varios libros, como Seis problemas para don Isidro Parodi, Un modelo para la muerte y Crónicas de Bustos Domecq, es Bioy Casares. Bioy casares fue esposo de Silvina Ocampo, cuentista y poeta argentina, cuya obra no tuvo, claro está, la misma trascendencia que aquellas de su marido y su amigo. Entre los tres editaron, en 1940, la “Antología de la Literatura Fantástica”, cuyo prólogo estuvo a cargo del propio Bioy Casares, escueto, pero con un par de aciertos.
Entre los autores seleccionados aparecen – John Aubrey, Max Beerbohm, José Bianco, Adolfo Bioy Casares, Léon Bloy, Jorge Luis Borges, Delia Ingenieros, Martin Buber, Richard Burton, Arturo Cancela, Pilar de Lusarreta, Thomas Carlyle, Lewis Carrol, Jean Cocteau, Julio Cortázar, G.K Chesterton, Chuang Tzu/, Santiago Davobe, Alexandra David- Neel, Lord Dunsany, Macedonio Fernández, James George Frazer, George Frost, Elena Garro, Giles Holloway Horn.
Una curiosidad que me gustaría resaltar en esta antología es la presencia de Alexandra David-Neel, con el brevísimo cuento “La Persecusión del Maestro”, extraído de Parmi les Mystiques et les Magiciens du Tibet (1929), que es en verdad un diario de viaje, donde la fantasía y la realidad comparten límites en las visitas que hace la exploradora a las cuevas de los anacoretas y el templo de los lamas tibetanos. Alexandra David-Neel, una cantante de ópera francesa de clase acomodada, paso toda su vida estudiando la espiritualidad tibetana y el budismo lamaísta. Es por lo menos cuestionable que un texto de la naturaleza de Magos y Místicos del Tibet aparezca en un compendio de relatos fantásticos, pues en el contexto en que fue concebido no está fuera de las posibilidades de lo real. A pesar de ello, es cierto que puede ser leído como fantástico, ¿acaso no pueden ser todas las cosas?
Jacobo Siruela, un editor de linaje aristocrático (conde de Siruela), fundó la editorial Siruela en el 82. En 1987 publica la antología de literatura fantástica “El Ojo sin párpado” que, confieso, nunca he visto. Recién en 2013 publica una de sus ediciones más interesantes, que reúne autores de tres continentes y de dos siglos (XIX y XX), “Antología Universal del Relato Fantástico”.
Además de la excelente selección de obras, el prólogo escrito por el mismo Siruela es muy revelador en cuanto a la naturaleza y el desarrollo del relato fantástico. Lo más interesante de este prólogo es que, sin delimitar el concepto de lo fantástico ni fijarlo con alfileres a un proceso histórico, como lo hiciera en su momento la crítica estructuralista francesa, Siruela identifica los rasgos fundamentales que identifican el carácter del género, entre los cuales sobresale uno en particular: lo fantástico nos sitúa súbitamente en presencia de lo «inexplicable»: en el mundo común y cotidiano, regido por hechos, un fenómeno extraordinario pulveriza de pronto, en pocos segundos, «el orden natural de las cosas». Roger Caillois definió esta repentina rasgadura de lo real como una «irrupción de lo inadmisible».
En el siglo de las luces, en plena era del racionalismo francés y el cientificismo, irrumpe en la escena del pensamiento una literatura fundamentada en la fantasía, en lo sobrenatural, en las tradiciones mitológicas, para producir un efecto numinoso, o una sensación de ensueño. Otro rasgo, asociado a los efectos perturbadores de la fantasía, es la tradición del terror, que comienza con Horace Walpole y su Castillo de Otranto y alcanza las dimensiones cósmicas del horror lovecraftiano.
El relato fantástico introduce, de acuerdo a Siruela, la confrontación entre lo real y lo imaginario, entre lo racional y lo terrorífico, en plena Era de la Razón. En enciclopedismo ilustrado margina la posibilidad mítica para explicar el mundo, pero, como bien dice Jacobo Siruela, la imaginación encuentra su refugio en la ficción literaria: “De esta manera inesperada, lo numinoso encontró en el arte su mejor refugio; al fin y al cabo, es el único lugar en donde puede campar a sus anchas, fuera del alcance y poder de la ciencia”.

 En la antología está reunida una impecable selección de cuentos de Pushkin, Poe, Wilkie Collins, O”Brien, Dickens, Turgueniev, Kipling, Ambrose Bierce, Machen, Margaret Oliphant, Lovecraft, Kafka, Silvina Ocampo, Borges, Cortazar, Lugones, O. Henry, entre otros.
Dos autores que me gustaría destacar de esta antología. El primero, Ambrose Bierce, autor de “El diccionario del diablo”; en esta obra, Bierce confecciona su propio diccionario, eligiendo otros significados para las palabras, imbuidos de una ironía descarnada, de un desprecio por la hipocresía humana y su malgastado lenguaje. Este es lo que una llama “un libro de consulta”. El segundo, O. Henry, es un maestro del relato breve, que además institucionalizó en la literatura los finales sorprendentes, al punto que los escritores americanos hablan de un final “a lo O. Henry”. Hay un premio O. Henry, que en una oportunidad se lo dieron a uno de mis escritores de cabecera, Ray Bradbury.
Otra guía fundamental para introducirse al relato fantástico es el ensayo de H.P. Lovecraft, el sumo sacerdote del horror cósmico, titulado “Supernatural horror in Literature”, traducido llana, e injustamente, como “El horror en la literatura”.

Las primeras dos líneas de la introducción de este ensayo quizás sean las que mayor trascendencia alcanzaron, en ellas el escritor de Providence especula sobre los remotos orígenes del relato de terror: “La emoción más antigua e intensa de la humanidad es el miedo, y el más intenso y antiguo de los miedos es el miedo a lo desconocido”.
En la misma introducción ventila algunos elementos constitutivos del cuento preternatural, como, por ejemplo: “el pavor a las fuerzas exteriores y desconocidas” o “el asomo – expresado con una seriedad y con una seriedad de presagio que se van convirtiendo en el motivo principal – de una idea terrible para el cerebro humano”. Para Lovecraft no es tan importante la mecánica de la trama como las sensaciones que puedan generar sus aspectos “menos terrenos”. Como una obra musical, que nos va llevando, paulatinamente, hacia una sensación, o un embrujo.
En los siguientes capítulos Lovecraft hace un estudio, guiado por los gustos o disgustos que le ocasionan las obras, del relato fantástico a lo largo del tiempo y de los diferentes contextos geográficos. A Edgar Allan Poe le dedica un capítulo entero, el séptimo y más interesante de todo el estudio. Critica también, con poca consideración, las obras de Walpole, Radcliffe, Lewis, Maturin, Beckford, Shelley, Hoffmann, Hawthorne, Maupassant, Bierce, Stocker, Machen (una de sus mayores influencias), entre otros.
En cuanto a la obra del propio Lovecraft, no es difícil forjar un camino propio, sus Obras Completas fueron editadas en español por Valdemar y están disponibles en formato digital, solo se exige de uno el esfuerzo del download y la posterior lectura.
Existe una antología, bajo el título “Los Mitos de Cthulu”, donde aparecen los precursores del mito (Lord Dunsany, Ambrose Bierce, Chambers, Blackwood), su ascenso y apogeo (Lovecraft, Robert Howard,  Hazel Heald, Robert Bloch) y los mitos póstumos (Derleth, Bloch, Ramsey Campbell, Joan Perucho). Este libro es un obligado. Otro, es uno de los más dignos continuadores de Lovecraft en la literatura de terror, Thomas Ligotti, merece ser leído, sobre todo dos libros: “La fábrica de pesadillas" y “Noctuario”.
El camino propuesto en este escrito, que fue impulsado por el ocio y el excesivo calor que nos obliga a permanecer encerrados, debería ser suficiente para comenzar a caminar en el maravilloso mundo de la literatura fantástica. Sin olvidar que los libros clásicos siempre deberán ser leídos, siempre,  pues no hubiera sido posible un Stevenson sin Las mil y una noches; ni un Necronomicon sin El Libro de Enoch; ni la Novia de Corinto de Goethe sin Sobre los hechos maravillosos de Flegon; como hubiera sido imposible el goticismo romántico sin el Beowulf anglosajón, sin las brujas de MacBeth, sin el Doctor Fausto, sin la venganza de Caín y el hurto de Prometeo.
La cita es de Bioy Casares: “Viejas como el miedo, las ficciones fantásticas son anteriores a las letras”.


martes, 15 de diciembre de 2015

La Casa Encantada: 6 relatos claves del Ghost Story


El castillo de Otranto

Título Original: The Castle of Otranto, A Story Translated by William Marshal, Gent. From the Original Italian of Onuphrio Muralto, Canon of the Chruch of St. Nicholas at Otranto.
Autor: Horace Walpole

Año de publicación: 1764

Se considera al Castillo de Otranto como la obra precursora de la novela gótica, o más precisamente del goticismo romántico o terror romántico. En su primera aparición la novela se presentaba como una traducción, de un tal William Marshal, de un texto impreso en Nápoles en 1529, escrito por un tal Onuphrio Muralto, y recientemente descubierto en la biblioteca de una antigua familia británica. La historia que refiere, sin embargo, es todavía más antigua, de la época de las Cruzadas. Recién en la segunda edición se da a conocer a su verdadero autor, Horace Walpole.
Más allá de su valor anecdótico e histórico, la historia del Castillo de Otranto es curiosa por su sombrío y extravagante argumento. El castillo de Otranto, cuya acción se desarrolla en la Italia medieval, narra la historia del tirano Manfredo, cuya estirpe arrastra una maldición desde que su abuelo usurpara el poder del castillo a sus legítimos poseedores. Manfredo trata de perpetuar su herencia casando a su débil y amanerado hijo Conrado con la princesa Isabella, pero poco antes de la boda ocurre un accidente fatal, de naturaleza sobrenatural, que frustra sus designios. A partir de este suceso, se desencadenarán una serie de fenómenos maravillosos y pasiones encendidas que tendrán como escenario el asfixiante y siniestro decorado del castillo.
Armaduras gigantes, espectros persignados con túnicas monásticas, pasadizos oscuros, criptas subterráneas, hacen su aparición por primera vez en la literatura moderna.


La puerta tapiada
Título Original: Das Majorat
Autor: E.T.A. Hoffmann
Año de publicación: 1815

La Puerta Tapiada aparece publicado en una serie de cuentos fantásticos titulada “Phantasiestücke in Callots manier” (cuatro volúmenes publicados entre 1811 y 1815). En esta serie de cuentos el compositor Jacques Offenbach basó su ópera “Los Cuentos de Hoffmann” (1880). Y no cabe duda que el cuento elegido para este artículo no es el más sobresaliente si lo comparamos, por ejemplo, con el célebre “El hombre de arena” (Der Sandmann), pieza maestra de un muy prematuro terror psicológico; “Madame Scudery”, una fantástica historia de asesinatos y misterio; El Tonelero de Nuremberg, donde aparece con toda su fuerza el amor romántico, encarnado en la preciosa Rosa; entre otros. Pero elegimos este por su relación con el tema de la casa encantada.
En una oscura finca abandonada, el abogado V., acompañado de un sobrino, se reúnen en el castillo del Barón de Roderich para gestionar ciertos asuntos referentes a la herencia. El conflicto comienza cuando aparece en el Castillo un espectro que asusta a los huéspedes y se pierde misteriosamente detrás de una puerta tapiada. El espectro conducirá a los personajes a través de un laberinto de intrigas y confesiones que aclararán una serie de crímenes y engaños que han hecho que la casa caiga en manos ilegítimas. Una vez resueltas las intrigas, los restos del espectro son enterrados y puede finalmente descansar en paz, mientras que la casa es liberada de su maldición.
Como puede verse, es la típica ghost story, absolutamente ajustada a su fórmula, pero escrita con la escalofriante elegancia de Hoffmann, que es considerado uno de los más importantes precursores de Edgar A. Poe y más brillantes exponentes del romanticismo alemán.



La Casa y el Cerebro

Título Original: The Haunters and The Haunted, conocido también como “The House and The Brain”.
Autor: Edward Bulwer-Lyton
Año de publicación: 1859, en la revista Blackwood's Magazine (1817-1980). 



Estamos frente a una de las piezas maestras de la “ghost story” decimonónica. El relato fue publicado por primera vez en 1859 de manera íntegra, aunque luego reapareció en una versión más corta que eliminaba la última parte, y la más interesante, por su semejanza con otro relato del mismo autor, “A strange story”, que escribiría tres años después.
Lovecraft, en su clásico ensayo “Supernatural horror in literature” (Horror sobrenatural en la literatura), reconoce el valor de esta obra en la tradición de las casas encantadas: «“The House and the Brain”, que alude al rosacrucianismo y a cierta figura maligna e inmortal sugerida acaso por Saint-Germain, el misterioso cortesano de Luis XV, aún perdura como uno de los mejores relatos de casas encantadas que se han escrito».
Lafcadio Hearn, conocido también como Yakumo Koizumi, el orientalista grecoirlandés que dio a conocer la cultura japonesa en occidente, en una conferencia titulada «The Value of the Supernatural in Fiction», la reconoce como “la mejor historia de fantasmas en lengua inglesa”.
Bulwer-Lytton
El narrador del cuento, es un hombre interesado en los fenómenos sobrenaturales que se introduce voluntariamente a una casa encantada en Londres, junto a su criado y su perro. Los tres son testigos de terroríficas apariciones y el protagonista, luego de que su criado huyera y su perro muriera estrangulado, descubre unas cartas que evidencian que la casa fue escenario de antiguos crímenes que se relacionan con la actividad paranormal.
Pero lo más interesante de esta historia es que todos los fenómenos están conectados a la voluntad de un ser inmortal y perverso, que ha habitado la casa en sus orígenes, y ha aprendido a lo largo de los siglos a dominar los fenómenos de la mente y del tiempo.
En este sentido, Bulwer-Lytton propone una visión filosófica, mágica, alquímica, pero sobre todo sicológica de lo sobrenatural: 

“Por muy maravillosos que resulten tales fenómenos (concediendo que sean verdaderos), advierto que para la filosofía no cuestionan nada de lo que a la filosofía le corresponde rechazar, es decir, nada sobrenatural. Solo son ideas trasladadas, quién sabe cómo (aún ignoramos los medios), de un cerebro mortal a otro. Aunque al llevarlo a cabo las mesas caminen por su propia cuenta, o aparezcan en un círculo mágico formas demoníacas, o unas manos sin cuerpo se alcen y se lleven objetos materiales, o una cosa oscura, como la que se presentó ante mí, nos hiele la sangre, estoy persuadido de que no son más que operaciones transmitidas, como por cables eléctricos, a mi cerebro desde el cerebro de otro”.

Al final del relato, el narrador y el hombre que ha sido responsable del encantamiento de la casa, y que ha sobrevivido por más de 300 años, se encuentran en un bar. Mediante el hipnotismo, este último se entera de su porvenir y de su muerte utilizando como médium al primero, que tiempo después, al vencer el hechizo del que ha sido víctima, contará toda la historia.  


El Fantasma de Canterville

Título Original: Canterville's Ghost
Autor: Oscar Wilde
Año de publicación: 1887, en la revista “The Court and Society Review”. 

Ilustración de Wallace Goldsmith (1909)
El Fantasma de Canterville es una parodia de la “ghost story” del siglo XIX, con ese humor inglés (aunque nació en Dublín) y altamente venenoso que es propio de Wilde.
En el cuento aparecen todos los motivos básicos que constituyen la fórmula de un relato fantasmal desde Plinio el joven hasta el fantasma romántico de un Walpole, o de un Hoffmann, por ejemplo, en “La Puerta Tapiada”: la casa encantada, la aparición espectral y el maleficio. Hay un cuarto elemento fundamental en las historias de fantasmas, en el que El Fantasma de Canterville, más humorístico que espeluznante, encuentra su ambigüedad y su risa: la duda sobre si tal aparición es real y tiene vida propia, o es un producto de la imaginación.
La familia del ministro estadounidense Hiram Otis, que acaba de comprar el castillo a Lord Canterville, al comienzo se muestra escéptica ante la advertencia de que en el castillo habita un fantasma. Pero ante la “irrupción de lo inadmisible”, como decía Todorov, refiriéndose a una de las características constitutivas fundamentales del relato fantástico decimonónico, no sólo se mostraban incrédulos, sino que además incapaces de comprender o de asumir un claro fenómeno sobrenatural.
Cuando el fantasma aparece en los pasillos de la mansión arrastrando sus pesadas cadenas, el ministro Otis le ofrece el lubricante “Tammany Sol Naciente” para disminuir el ruido que no los deja dormir. O, cuando ven por primera vez la enorme mancha de sangre frente a la chimenea, el hijo mayor, Washington, le pasa el quitamanchas Campeón, de Pikerton. La familia Otis, una típica familia moderna norteamericana, se muestra “incapaz de apreciar el valor simbólico de los fenómenos sensibles”. El fracaso de lo maravilloso no ocurre ya ante el implacable objetivismo de la lógica y la ciencia, sino ante la estrechez espiritual de la familia moderna, que se encuentra en un plano inferior de vida materialista y consumista.
El fantasma es herido en su orgullo y su vanidad por la superficialidad de la familia Otis, ya que se concibe a sí mismo como una suerte de artista del espanto, autor de grandes escalofríos en todo su tiempo como espectro. Hasta que finalmente Virginia, la hija del ministro Otis, lo ayuda a romper el maleficio que lo ata al castillo, atravesando con el fantasma a la cuarta dimensión, dónde consigue el perdón de los ángeles, y puede dormir eternamente el sueño de la muerte.


La habitación amueblada”

Título Original: The furnished room
Autor: O. Henry (William Sydney Porter)
Año de pubicación: 1904. Aparece posteriormente en la serie “The Four Million” en 1906. 

William Sydney Porter (O. Henry)

Es casi imposible reseñar este breve relato – o cualquier otro  – de O. Henry sin acabar por “espoilearlo”. El escritor, periodista, farmacéutico y cuentista, que obtuvo su pseudónimo de un gato llamado Henry (Oh Henry!), fue conocido por sus finales imprevistos a tal punto que existe la expresión en lengua inglesa “un final a lo O.Henry” (an O.Henry ending). Borges lo considera uno de los precursores del “trick story”: “Edgar Allan Poe había sostenido que todo cuento debe redactarse en función a su desenlace; O. Henry exageró esta doctrina y llegó así al trick story, al relato en cuya línea final acecha una sorpresa. Tal procedimiento, a la larga, tiene algo de mecánico; O.Henry nos ha dejado, sin embargo, más de una breve y patética obra maestra”. 
Sin duda, la habitación amueblada, una “ghost story” sin el fantasma, es una de esas breves y patéticas obras maestras de las que hablaba Borges. Un hombre se hospeda en la habitación de un pensionado lúgubre, donde persigue los indicios de un amor perdido, una actriz, que quizás se haya hospedado allí en un pasado reciente. “Tal como ocurre con las palabras cruzadas que se van descifrando, los pequeños indicios que la procesión de huéspedes habían dejado en el cuarto amueblado revelaron, uno tras otro, algún significado”. 
El resto, no puede decirse. Sólo quizás que es un cuento exquisito, uno de los mejores de esta selección. De alguna manera, el espíritu encantado de esta habitación, reside en el rencor que sus distintos habitantes, gente inquieta, trashumante y fugaz, han dejado en ella como venganza por no tener un hogar: “la ira de los moradores quizá hubiese sido la ciega supervivencia del instinto doméstico defraudado o el resentimiento contra falsos dioses domiciliarios”
El cuento fue escrito en la serie “The Four Million”, en el tiempo que O.Henry, después de salir de la cárcel por supuesta estafa, se radicó en Nueva York. Los cuatro millones hacen referencia al número de habitantes que había en la ciudad en aquel tiempo. Fue una época muy prolífica para  O.Henry, que entre 1903 y 1906 escribía un relato a la semana para el New York World y, según cuenta la anécdota, uno de sus mejores relatos, “El regalo de los reyes magos”, los escribió en 3 horas y una botella de whisky. Murió de cirrosis, consumido por el alcoholismo.


La casa de los siete tejados”

Título Original: The house of the seven gables
Autor: Nathaniel Hawthorne
Año de pubicación: 1851

Casa Original en la que se inspira el relato. Salem, Massachusetts. Circa 1915.


Hay algo de autobiográfico en esta novela de Hawthorne (para mí gusto una de las mejores del autor de Salem, Massachusetts... todavía más que “La Letra Escarlata”), hay en ella, en sus descripciones, una mirada muy atenta y crítica a la naturaleza humana, sus vicios, sus miserias; aunque también sus ideales y esperanzas. La riqueza de este texto diría que se encuentra menos en la trama de la historia, que en sus dilaciones, donde Hawthorne se muestra como un gran espectador del teatro social.
Decíamos que es autobiográfico en cierta forma, porque La Casa de los Siete Tejados fue apropiada injustamente por el antepasado de los Pyncheon, de su original dueño, un tal Maule. Pyncheon, para poder quedarse con la casa, acusa a su dueño original de brujería y herejía, por lo cual es ajusticiado en la inquisición. Es sabido, por otra parte, que uno de los antepasados del propio Hawthorne, un puritano religioso y legislador, tomó parte en las terribles persecuciones y ejecuciones en Salem de los sospechosos de brujería.
Como toda la obra de Hawthorne, en ésta están expuestos los temas del pecado, la preocupación por el mal y sus  consecuencias. Ya en su obra anterior, en La Letra Escarlata, veíamos ese pesimismo calvinista, una visión desoladora en la que el hombre no puede borrar la letra indeleble de su pecado ante Dios y los hombres. 
Pero, lo más significativo de esta obra, es que podría considerarse una especie de clausura definitiva del género, como lo fue en su momento El Quijote para la novela caballeresca o Martín Fierro para la literatura gauchesca. En un punto de la historia Hawthorne desacredita el género fantasmagórico y pone en ridículo sus efectos: “De hecho, esas historias eran demasiado absurdas para poner a nadie los pelos de punta, ni siquiera a los niños”. O, más adelante:  “Nos sentimos tentados de jugar con esta idea. Ya no es posible tratar en serio las historias de fantasmas”. 
Como en todos los relatos que hemos reseñado en este post, “La Casa de los Siete Tejados es una historia donde el espacio, el escenario en sí, es el personaje más importante. En esta casa deambulan  las ambiciones, las maldiciones, los hechizos, los secretos, los afectos, las soledades de una familia maldita por la codicia y el pecado de un antepasado.

HOMENAJE DE H.P. LOVECRAFT A UN MAESTRO DEL HORROR


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Arthur Machen
Lovecraft lo nombra a Arthur Machen en su ensayo “Supernatural Horror in Literature” como uno de los cuatro grandes maestros del horror sobrenatural (junto con Lord Dunsay, Algernon Blackwood y M.R.James). Machen es una de las influencias más notables en la obra de Lovecraft, y posiblemente la lectura de Machen lo ha llevado a evolucionar de sus primeros escritos hacia la construcción de los mitos Cthulu.
En “La Búsqueda en Sueños de la Ignota Kadath” (“Dream quest of the unknown Kadath”, 1927), Lovecraft hace un claro homenaje a la obra más relevante de Machen, El Gran Dios Pan (“The Great God Pan”, 1894). Stephen King la llamo “posiblemente la mejor historia de horror de la lengua inglesa”. El narrador de “The Great God Pan” encuentra en el museo de un pequeño villorio cerca de Caermaen (Machen nació en Caerleon, Gales. Caermaen es un poblado imaginario, creado por el escritor.) una inscripción que se remonta tiempos de los romanos: “Al gran dios Nodens (el dios de la Gran Profundidad o Abismo) Flavius Senilis ha erigido este pilar en virtud del matrimonio que ha visto debajo de la sombra”.
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El anillo de Silvianus
Nodens no es un invento de Machen. Es una divinidad celta asociada a la curación, al mar, a la caza y los perros. Se relaciona con Marte y también con Mercurio, en la mitología grecolatina. Se han encontrado en Inglaterra, en excavaciones arqueológicas, templos dedicados a Nodens, con inscripciones en platos de bronce y tablas como la que imagina Machen en el cuento. Una de ellas, por ejemplo, dice: “Al dios Marte Nodons (sic), Flavius Blandinus, quien voluntariosamente cumple sus votos”. Uno de los últimos descubrimientos ocurrió durante una excavación dirigida en 1920 por Sir Mortimer Wheeler, en la que apareció un templo que, según el arqueólogo, fue construido algún tiempo después del año 364 d.C., con inscripciones latinas dedicadas a Nodens, que rezaban: “Al dios Nodens. Silvianus ha perdido un anillo y ha donado una mitad (es merecido) a Nodens. Entre aquellos nombrados, Senicianus no se permite la buena salud hasta que sea regresado al templo de Nodens”.
El anillo de Silvianus (que probablemente fue el que inspiró a Tolkien), originalmente propiedad de un romano-británico llamado así, fue robado por alguien llamado Senicianus, sobre quien Silvianus pronunció una maldición. El anillo fue encontrado en el siglo XVIII y pasó a pertenecer a la familia de Sir Charles Chute en un castillo llamado “The Vyne”, en Hampshire, que ahora es parte del “Nacional Trust”. El anillo está en exhibición en ese mismo lugar desde abril de 2013.
Pero, volviendo a Nodens, Machen lo relaciona con el dios Pan, que en el relato representa una realidad subyacente que ha sido velada a los sentidos del hombre y reaparece encarnada en la imagen del dios para enloquecer a quienes lo contemplan. La realidad que subyace a la ilusión del mundo ordinario es tan insoportable de ver, tan horrorosa, que su visión significaría la locura, la desesperación y el suicidio.
Pan es semidios de los pastores y rebaños en la mitología griega, relacionado también a la sexualidad masculina y en muchos aspectos a Dionisos. Pan es la fuerza salvaje de la sexualidad y la naturaleza, de ahí que se lo vincula tradicionalmente con el miedo enloquecedor, con el “pán-ico”, que viene de su propio nombre y antiguamente era semejante al rayo que alborotaba a las ovejas.
En la novela corta, o cuento largo, de Lovecraft, “La Búsqueda en Sueños de la Ignota Kadath”, el protagonista Randolph Carter viaja a través del universo onírico para llegar a la maravillosa ciudad dorada que ha creado y visitado regularmente en sus sueños. Nyarlathotep, el caos reptante, descendiente directo de Azathoth, hará todo lo posible para detenerlo. Pero Carter encuentra, además de los obstáculos y enemigos que favorecen a Nyarlathotep, ayudantes que le impulsan a conseguir su objetivo.
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Nyarlathotep, el caos reptante.
Carter sabe, según pudo averiguar en unos frescos pintados en los muros del oscuro templo del Sacerdote Indescriptible, que detrás de estos ayudantes -los gatos de Ulthar, la alimañas de la noche,los zoogs, los gules- hay una fuerza superior que los guía. Sobre todo cuando esas terribles criaturas sin alma y sin rostro, conocidas como las “descarnadas alimañas de la noche”, se ponen a su servicio. Carter sabe que estas criaturas responden a una deidad superior llamada Nodens, y que no obedecen al Caos Reptante, Nyarlathotep. “Había visto anteriormente esas criaturas rapaces de vuelo silencioso, esos guardianes sin alma del Gran Abismo a quienes temen incluso los grandes dioses, cuyo señor no es Nyarlathotep, sino el venerable Nodens”.
En otra parte del cuento, Lovecraft repite el mismo epíteto que utiliza Machen en El Gran Dios Pan al nombrar a Nodens: “Les habló asimismo de lo que había averiguado sobre las descarnadas alimañas de la noche en los frescos del monasterio del Gran Sacerdote Indescriptible, y de como eran temidas incluso por los Grandes Dioses, y como su señor no era El Caos Reptante Nyarlathotep, sino el venerable e inmemorial Nodens, señor del Gran Abismo”.
Nodens es quien evita que Carter caiga en manos de Nyarlathotep, el caos reptante, y, de alguna manera, representa también la literatura de Machen, o en una idea más general la literatura, la fantasía y el horror, aquella misma que mantiene con vida a un Lovecraft confesamente decepcionado de la realidad cotidiana de Providence, en la que era, en palabras de Sprague de Camp, un verdadero “recluso excéntrico”.
”Y aún cuando surgiera cualquier dificultad inesperada por parte de los Dioses Otros… las alimañas no tendrían porque preocuparse, ya que los infiernos exteriores son totalmente inocuos para unos seres voladores, mudos y silenciosos, cuyo amo y señor no es Nyarlathotep sino el poderoso arcaico Nodens”.
Lovecraft ha encontrado en el horror macheniano una trascendencia más allá del simple horror. En uno de sus cuentos más exquisitos, “El Pueblo Blanco”(“The White People”, 1894), Machen escribe: “La brujería y la santidad – dijo Ambrose – son las únicas realidades. Ambas son un éxtasis, una renuncia a la vida corriente”. El horror es en la literatura, sin duda alguna, un camino místico, de salvación, de entrar a la esfera más elevada de un modo prohibido.
Dice también el extraño Ambrose en el mismo cuento: “La santidad requiere un esfuerzo tan grande, o casi tan grande; pero se mueve dentro de unos límites que fueron naturales alguna vez; es un esfuerzo por recobrar el éxtasis previo a la Caída. Sin embargo, el pecado es un esfuerzo por alcanzar el éxtasis y la sabiduría que pertenecen únicamente a los ángeles, y al hacer este esfuerzo el hombre se convierte en un demonio”.
Tanto Arthur Machen como H.P.Lovecraft han encontrado en el horror y en la fantasía, además de una estética, una ética. Mientras el santo intenta recuperar una condición que alguna vez fue suya, su esencia buena y luminosa, el pecador, o el que sueña las más atroces pesadillas está buscando algo que nunca fue suyo. “En resumen, repite la Caída”. Porque el mal no es invento del hombre, sino del ángel – el más bello de todos los ángeles – que quiso ser igual a su Dios.

LOS PAYASOS TRÁGICOS DE LIGOTTI

«Primero aquí estaba el Sol, quién era joven una vez y es ahora un abuelo de muchos poderes. Pero el Sol entrará un día en el Vacío. Esto es el poder del Heyoka Vacío».  (Louis Albert Hieb, The Hopi Ritual Clown: Life As It Should Not Be, 1972)


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Thomas Ligotti vomitando la galaxia
En el primer tomo de la tetralogía The Masks of God (Las máscaras de Dios), de Joseph Campbell, titulado «Primitive Mythology» («Mitología primitiva»), leo por primera vez algo acerca de las sociedades de payasos sagrados en las culturas originarias de Norteamérica, en el contexto de un ritual iniciático de carácter escatológico: «los payasos sagrados –a los cuales, en las ceremonias religiosas, les es permitido romper los tabúes y representar pantomimas obscenas– son iniciados en sus órdenes por medio de la ingestión ritual de la caca» (filth, en el original).
Un poco más adelante, continúa Campbell describiendo las costumbres de las sociedades de payasos entre los Jicarilla Apache de Nuevo México: «Ellos representan, desde el punto de vista de los maestros del decoro, el principio del caos, el principio del desorden, la fuerza que menosprecia los tabúes y hace estallar los límites, y son los favoritos de los jóvenes, quienes quizás ven reflejado en su peculiar encanto el paraíso de la inocencia que era suyo antes de que les fuera impartido el conocimiento del bien y del mal, de la pureza y de la suciedad» (filth, también, en el original).
Siendo el amigo Campbell un consumado estudioso de la obra de Carl Jung, no se puede dejar de mencionar aquel arquetipo jungiano del «estafador» (the trickster), en el que vemos –al igual que en los payasos– el principio del caos, del desorden y la fuerza destructora de los tabúes y los márgenes impuestos por los maestros del decoro. Por eso la mierda es tan significativa en el ejemplo de Campbell, ya que la prohibición de jugar con ella es quizás la primera gran ruptura psicológica y la primera gran limitación recibida en la temprana infancia. La muerte del ser biológico espontáneo.
Algún tiempo después, vuelvo a encontrarme con otra mención de payasos de las sociedades Hopi, esta vez en un cuento de Thomas Ligotti, el segundo de la serie The Nightmare Factory (La fábrica de pesadillas), titulado «The Last Feast of the Harlequin» («La última fiesta del Arlequín»). El cuento está dedicado al escritor de Providence H. P. Lovecraft, que es la influencia más notable de Ligotti. No es mucho lo que se sabe de Ligotti, y, francamente, sus cuentos no han recibido (dichosamente para algunos) la atención que merecen. A pesar de ser un injusto desconocido de la literatura yankee, S. T. Joshi, el más importante biógrafo de Lovecraft, lo incluye en su libro The Modern Weird Tale como «uno de los exponentes fundamentales del cuento de terror y la fantasía macabra».
El cuento en cuestión es, sin duda, una joya del género. En él, el narrador sigue las pistas de un ensayo escrito por Raymond Thoss, su profesor de antropología en la Universidad. El ensayo da cuenta de un extraño festival de payasos que se celebra todos los años en invierno en la ciudad de Mirocaw. El discípulo de Thoss sigue las pistas del escrito y viaja a Mirocaw, donde se ve envuelto en una serie de raras circunstancias que incluyen la desaparición de una madre y su hija; la sospechosa presencia del mismísimo Thoss y –lo más importante de todo– el descubrimiento de una secta secreta de payasos, como decirlo, trágicos, sí, trágicos y temibles… El narrador escribirá en sus notas que todo el festival es una fachada para que la aparición anual de aquellos payasos sectarios cada año sea más soportable para los habitantes de Mirocaw.
Me interesa reconocer en «The Last Feast of the Harlequin» las fuentes mitológicas de los payasos de Ligotti, el mesocosmos que permite su reaparición, su reinvención en la literatura. Como ocurre con la de Lovecraft, en la obra de Ligotti, no están definidos los límites entre la revisión bibliográfica de textos, o supuestos textos, esotéricos, y la invención/intuición jungiana de un autor que es acechado por imágenes en sus pesadillas.
Hemos reconocido en esta lectura del cuento de Ligotti tradiciones diversas: los heyokas hopi, los gnósticos sirios, Shakespeare, las divinidades ctónicas, Edgar Allan Poe, entre otras que enmarcan la creación de los siniestros payasos ligottianos.
LOS PAYASOS HOPI Y EL FESTIVAL DE LAS KATCHINAS
«En una ocasión», cuenta el narrador del relato de Ligotti, «reuní la audacia necesaria para ofrecer una interpretación propia (en parte opuesta a la suya) acerca de los payasos tribales entre los indios hopi. Sugerí que mi experiencia personal como payaso aficionado y la devoción especial a este estudio me proporcionaban una comprensión quizá más valiosa que la suya. Fue entonces cuando reveló, de modo informal y obiter dicta, que él mismo había representado el papel de uno de estos bufones tribales enmascarados, y que había celebrado con ellos las danzas de los kachinas».
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El festival del Kachina
Entre las culturas originarias norteamericanas, la mayoría de las etnias tenía su propio tipo de payasos, de distintos órdenes. Los Sioux Oglala y Lakota llamaron al suyo heyoka (loco, visionario del trueno, inconformista, payaso), y era una figura primordialmente religiosa. La risa que provoca el payaso, en este contexto, es una risa sanadora, es pues un curandero y un canalizador de las energías espirituales, conocido también como «Soñador del Trueno».
El comportamiento de todas las clases de payasos –clasificadas por edad, sociedades militares, chamanistas y de las llanuras del Norte– gira alrededor de unos temas básicos o atributos: parodia burlesca, juegos o bromas pesadas, gestos obscenos, caricaturas de otros, glotonería o apetito extremo, actos extraños de automortificación o autocrítica, y burla de enemigos o forasteros.
Sin embargo hay una diferencia esencial entre los heyokas y los demás payasos, diferencia que de alguna forma está representada en el cuento de Ligotti. Los payasos de las llanuras del Norte, como los de las tribus Ojibway, practicaron una especie de convencionalidad: podían hacer algo extraño o contrario a lo acostumbrado, pero dentro de condiciones regulares. Se sabía cuándo iban a realizar este tipo de actos y había un tiempo permitido –un marco carnavelesco– para las payasadas. A menudo podrían dejar la bufonería y regresar a un modo de vida común y corriente, casándose y haciendo vida «normal». Los heyoka, por su parte, eran los contrarios, los al revés. Totalmente imprevisibles, hacían cosas inesperadas en los actos más solemnes. Estaban inspirados por fuerzas espirituales antes que por una convención establecida, y eran los que se encontraban más cerca del wakha, del poder espiritual, entre todos los payasos. Su papel era de por vida, una vocación sagrada inspirada por sus visiones del wakha: «Thunderbird» o «Pájaro del Trueno». La visión del Thunderbird era una experiencia única y transformadora.
El narrador de «The Last Feast of the Harlequin» identifica en el festival de Mirocaw dos tipos de payasos, en lo que podría ser un paralelismo entre los heyokas y los payasos sociales americanos. El primer tipo de payaso, elegido anualmente según la convención, es el chivo expiatorio del miedo y el desprecio que los habitantes de Mirocaw sienten por el otro, por los enigmáticos payasos sectarios:
«… los payasos: los brillantes payasos de Mirocaw que son maltratados de aquel modo, que parecen servir de figuras sustitutivas de aquellos mimos de ojos oscuros de los suburbios. Como estos últimos son temidos por el poder o influencia que puedan poseer, es posible enfrentarlos simbólicamente y conquistarlos a través de sus contrapartidas, que son elegidas, precisamente, para esa función» (Thomas Ligotti, «The Last Feast of the Harlequin»).
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Payasos de Nuevo México
La presencia del heyoka o payaso sagrado en las ceremonias religiosas es fundamental: en ellas representa el papel del «estafador», del trickster de Jung. La excesiva pomposidad y la seriedad de la ceremonia son sistemáticamente burladas y desinfladas por los gestos del payaso, que muestra de esta forma lo acartonado o equivocado de las realidades del mundo cotidiano. El payaso prepara a la gente para el drama religioso: «En algunas tribus, las ceremonias religiosas no pueden comenzar hasta que toda la gente, en particular cualquier forastero, haya reído» (Barbara Tedlock, «The Clown’s Way». En: Dennis y Barbara Tedlock, Teachings from the American Earth: Indian Religion and Philosophy, Nueva York, Liveright, 1975). Pero además de esta risa hay una advertencia en el acto payasesco, para ver más allá de lo literal del ritual, hacia los misterios más profundos de lo sagrado… la revelación de las verdades últimas y trascendentales.
Por último, el heyoka era un verdadero crítico social, ya que su imitación burlona exponía la hipocresía del mundo social. Usando comportamientos extremos o contrarios a lo usual, obligaba a los otros a examinar sus propias dudas, su propia tontería y su ceguera. El payaso sagrado funciona como un speculum mentis en las sociedades primitivas, como un espejo de las contradicciones interiores.
En cuanto al festival de las Katchinas: «Los indios Pueblo Hopi protegían a sus Payasos Sagrados incorporándolos en su Katchina (baile de espíritus), ceremonias donde los Payasos hacen una entrada desde el tejado, bajando una escalera de cuerda en la plaza donde bailan los Katchinas. “¡Mire allí abajo!”, exclaman, “¡Todo es hermoso!” Bajan de cabeza, y resulta gracioso cuando caen uno sobre otro, y el último cae de pie. ¡No ven el Katchina hasta que chocan con ellos, y luego exclaman “¡Este es mío!” o “¡Todo esto es mío!” Actúan de modo tonto, infantil, avaro, egoísta y lascivo. Cuando simulan darse cuenta de lo que hay a su alrededor, se burlan de turistas, antropólogos, indios vecinos y de sí mismos. Piden comida. Sus juegos de adivinanzas y actos de equilibrio gustan a la muchedumbre. Los Payasos que bailan a veces fingen que son invisibles, aumentando así la broma» (Don C. Talayesva, Sun Chief: The Autobiography of a Hopi Indian, New Haven, Yale University Press).
MUNCH Y EL FOOL SHAKESPERIANO
Los payasos sectarios de «The Last Feast of the Harlequin» son payasos graves, que inspiran miedo, angustia, ansiedad, antes que risas. Enseñan en su aspecto mortificado el reflejo de un mundo carente de sentido: su expresión es la expresión del vacío. En más de una oportunidad, el discípulo de Thoss ha declarado ver una semejanza en el semblante de aquellos payasos con la angustia personificada en El grito, de Munch, obra que expresa mejor que ninguna la desesperanza y la ansiedad ante el horror vacui.
«Conjuré», dice el narrador del cuento, «una imagen mental de ese pierrot aullante del cuadro (El grito, recordé ahora), lo que me ayudó no poco. A la noche, salí del hotel por la escalera posterior».
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“Depiction of a jester” de William Merrit Chase
Al mismo tiempo, esos payasos espectrales, que arrastran los pies por las calles de Mirocaw sin que nadie se anime a verles la cara, recuerdan a ese bufón del rey Lear, despreciado por ser el único que dice la verdad en un mundo marcado p
or la hipocresía y la falsedad, el único que, para bien o para mal, tiene la capacidad y el valor de poner en evidencia el desorden y el caos que rigen el mundo detrás del teatro de las apariencias. Desprovistos del elemento de la risa, muestran la verdadera cara del payaso, el semblante idiota del caos esencial y primitivo… «El primer caos, señor supremo, el dios ciego e idiota: Azathoth» (H. P. Lovecraft).
«El alegre y bienamado bufón», dice el narrador del cuento de Ligotti, «con el que casi todo el mundo estaba familiarizado, no era sino un aspecto de esta criatura proteica. Locos, jorobados, amputados y otros seres anormales habían sido antaño considerados payasos natos; eran elegidos para interpretar un papel cómico que permitiera a los demás verlos como graciosos y entretenidos, y no como terribles recordatorios de las fuerzas del desorden en el mundo. Pero a veces se requería de un bufón sin alegría que llamara la atención sobre ese mismo desorden, como en el caso del morboso y honesto bufón del rey Lear, que, por supuesto, terminó ahorcado, poniendo así fin a su cómica sabiduría.»
EL GUSANO CONQUISTADOR DE POE Y LOS GNÓSTICOS SIRIOS
«Una era una cita de El gusano conquistador, de Poe, que Thoss empleaba como un epígrafe sensacional. Sin embargo, la idea del epígrafe no se reflejaba en el texto del artículo, salvo en otra referencia pasajera. Thoss traía a colación la bien conocida génesis de la moderna celebración de la Navidad, que por supuesto descendía de las Saturnalias romanas».
Raymond Thoss emplea un epígrafe de The Conqueror Worm, de Edgar Allan Poe, en su ensayo, aunque no sabemos bien qué fragmento del poema porque el narrador omite su replica. Este tal vez sea uno de los poemas más célebres de Poe, junto con The Raven y Annabel Lee, y me animo a decir que el más existencialista de todos. Nada puede haber peor que «resumir» el «argumento» de un poema, pero, para efectos de este artículo, permítaseme la licencia.
Una multitud de ángeles entristecidos son los espectadores de una obra de teatro (a play of hopes and fears), el drama de la humanidad representado por mimos manipulados como marionetas por dioses o fuerzas informes (mere puppets they, that come and go/at bidding of vast formeless things). Entonces ven los ángeles aparecer, en medio de esta mímica absurda dirigida por el cinismo de los dioses, a unos gusanos terribles que convierten a los mimos en su alimento. El poema termina con el reconocimiento de que aquellos mimos devorados por el Gusano Conquistador representan al hombre en su eterna batalla contra la fatalidad.Featured image
Out —out are the lights— out all!
And, over each quivering form,
The curtain, a funeral pall,
Comes down with the rush of a storm,
And the angels, all pallid and wan,
Uprising, unveiling, affirm
That the play is the tragedy, “Man,”
And its hero the Conqueror Worm.
(Edgar Allan Poe, Complete Tales & Poems, Nueva Jersey, Castle Books, 2009, p. 790.)
El epígrafe de Poe se conecta con otra referencia que tiene directa relación con el gusano. Ligotti viene anticipando además un desenlace donde se produce la horrorosa metamorfosis que dará lugar a unos de los monstruos más geniales creados por el género weird estadounidense: los payasos-gusano de Ligotti. Monstruos saturnianos, ctónicos, de la muerte y la regeneración, del caos, del desorden y del eterno retorno a las tinieblas primigenias.
«Mencionaba de forma sucinta que los miembros de una antigua secta de gnósticos sirios se hacían llamar “saturnianos” y que creían, entre otras herejías, que la humanidad había sido creada por ángeles que, a su vez, habían sido creados por el Supremo Desconocido. Los ángeles, sin embargo, no poseían el poder para convertir en seres erectos a sus creaciones, que durante mucho tiempo se arrastraron por la tierra como gusanos. Con el tiempo, el Creador remedió este grotesco estado de cosas. En ese momento supuse que las correspondencias simbólicas entre los orígenes del hombre y su asociación con los gusanos, unidas a un festival de fin de año que reconocía la muerte invernal de la tierra, era el fondo de la cuestión de aquella “comprensión” thossiana, una observación poética, pero carente de valor científico».
No fue mucho lo que pude encontrar sobre los antiguos «gnósticos saturnianos sirios». Nada, de hecho, salvo una referencia en Historia de los heterodoxos españoles, Volumen I, de Marcelino Menéndez y Pelayo, que da cuenta de esta secta:
«Un examen secreto manifestó que esta secta tenía muchas relaciones con la de los messalianos o de los cátaros, y con los principios de la gnosis siria, o de los saturnianos. En virtud de las órdenes de Alejo, Euthymio Zigabeno reasumió las principales proposiciones de estos herejes, cuya forma de abjuración, para entrar en la secta de los bogomilas, es singularmente característica».
Lastimosamente, Menéndez y Pelayo no relata a continuación la «singularmente característica abjuración»; en vez de eso, te deja con las ganas de profundizar en lo que pudieran ser exquisitas herejías. Tampoco menciona nada sobre esa creencia de que fuimos creados primero por los ángeles y por este acto fallido de creación nos vimos obligados a arrastrarnos por el suelo como grotescos anélidos. La creación fallida del hombre, sin embargo, es una constante en diversas y distantes cosmogonías; recordemos, como ejemplo, en el Popol Vuh, a aquellos hombres de barro que fueron destruidos por no poder tenerse de pie… hasta el advenimiento definitivo de los hijos del maíz. Recordemos que los seres que habitan el yvy pyahu mbya guarani son reflejos de los seres primitivos.
LAS DIVINIDADES CTÓNICAS: PERSÉFONE, LA REINA DEL INVIERNO
«En su artículo Arlequín, Thoss escribió acerca de los aspectos paganos del festival de Mirocaw, asemejándolos al ritual de un culto de la fertilidad, con probables conexiones con divinidades ctónicas en algún momento del pasado».
Ctónicas, del griego khthónios, bajo la tierra. Son las divinidades subterráneas, del inframundo griego. Evocan al mismo tiempo la abundancia, la fertilidad, y la tumba. Vida y muerte que son cara y espalda del mismo cuerpo, destrucción y epifanía. Evoca el interior mismo de la tierra, no su superficie, como Gaia. El culto a Perséfone corresponde a la tradición de las divinidades ctónicas, la reina del inframundo raptada por Hades, cuyos días –seis meses bajo la tierra y seis sobre ella (ver el relato mítico de las semillas de granada)– representan la constante y periódica sucesión de la muerte y el renacimiento del tiempo.
«¿Se estaba preparando de verdad la coronación de la Reina del Invierno? “La Reina del Invierno”, escribí en mi diario. “Figura de la fertilidad investida con simbólicos poderes de reavivamiento y prosperidad. Elegida a la manera de la reina del baile en una fiesta de instituto. Buscar una posible figura consorte en la forma de un representante del inframundo”.
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El rapto de Persefone de Bernini
En la festividad de Mirocaw se elige cada año una Reina del Invierno, vinculada con la fertilidad y también con la estación de la muerte, el invierno. Claramente, es una referencia a la tradición ctónica o –en su defecto– dionisiaca (la ninfa que precede al gran falo en la procesión). Al mismo tiempo, los sectarios eligen a su Reina del Invierno, su Perséfone, para sus rituales subterráneos. En este caso, se trata de Elizabeth y Sarah Beadle, la esposa y la hija del dueño de la pensión donde se hospeda el protagonista y narrador del cuento, raptadas para el último sacrificio en virtud del renacimiento de la primavera. Ellas serán las víctimas del Gusano Conquistador, en este contexto presentes como recordatorios de la muerte, pero también del gran falo de la fertilidad… gusanos como grandes pijas devoradoras. Madre e hija, pasado y porvenir reunidos en el sacrificio… ¡hermoso!
«Era Kora y Perséfone, la hija de Ceres y la Reina del Invierno: la niña secuestrada y llevada al inframundo de la muerte. Salvo que aquella pequeña no tenía madre sobrenatural que la salvara, ni madre viva alguna. Pues el sacrificio que presenciaba era un eco del que había tenido lugar veinte años antes, en la fiesta de carnaval de la generación precedente. ¡O carne vale! Ahora, madre e hija se habían convertido en víctimas de aquel sabbath subterráneo. Por fin comprendí esta verdad cuando la figura se agitó sobre el altar, levantó su cabeza de gélida belleza y gritó al ver las fauces mudas que se cerraban a su alrededor».
LA TODOPODEROSA SERPIENTE DE LA SABIDURÍA
«Pues ahora llegaba la escena de la transformación, la culminación de toda actuación del Arlequín. Comenzó poco a poco. Hubo un aumento del movimiento entre los que estaban al otro lado de la cámara. Alguien había caído al suelo, y los que lo rodeaban se estaban retirando. La voz del altar proseguía su cántico. Traté de lograr una mejor perspectiva, pero había demasiada gente a mi alrededor. A través de la masa de cuerpos solo vi retazos de lo que sucedía.
»El que había caído al suelo de la cámara parecía estar perdiendo sus formas y proporciones. Creí que era un truco de payaso. Porque eran payasos, ¿no? Yo mismo podía hacer que cuatro bolas blancas se transformaran en otras tantas bolas negras mientras hacía malabares con ellas, y aquella no era mi proeza más asombrosa de magia carnavalesca. ¿Y no había en todas las ceremonias un componente inherente de prestidigitación, que a menudo dependía del delirio transportado de los celebrantes? Aquel era un buen espectáculo, pensé, y reí para mis adentros. La escena de la transformación de Arlequín despojándose de su fachada bufonesca. Oh, Dios, ¡Arlequín no se movía así! Arlequín, ¿dónde están tus brazos? Y tus piernas se han fundido y han comenzado a arrastrarse sobre el suelo. ¿Qué horrible ombligo bucal es ese que ocupa lo que debería ser tu cara? ¿Qué se entierra antes de estar muerto? La todopoderosa serpiente de la sabiduría: el Gusano Conquistador».

EL SACERDOTE QUE NO CREÍA EN SUS VISIONES

EL MURMULLO DE LOS DEMONIOS Y EL POETA LOCO
Howard Phillip Lovecraft

La primera vez que H. P. Lovecraft menciona el Necronomicón (etm. «Libro de los nombres muertos») es en el cuento The Hound (El sabueso). «En realidad, era ajeno a todo arte y literatura conocida por lectores cuerdos y equilibrados, peronosotros reconocimos en el amuleto la cosa sugerida en el prohibido Necronomicon del árabe loco Adbul Alhazred; el horrible símbolo del culto de los devoradores de cadáveres de la inaccesible Leng, en el Asia Central».
La posibilidad de la existencia histórica de este misterioso documento suscitó una búsqueda febril en el ambiente de los libreros, anticuarios, bibliófilos e investigadores de lo oculto. Y no tardó en generarse una controversia entre los estudiosos que sostenían que se trataba de un producto de la prolífica y terrible imaginación de Lovecraft y los que defendían la autenticidad del Libro del Nombre de los Muertos y se lanzaban a explorar sus fuentes.
El propio Howard Phillips, en un texto titulado The History of Necronomicon, escrito en 1927 y publicado en 1938 por Wilson H. Shepard en The Rebel Press, Oakman (Alabama), lanza, para acrecentar la atmosfera de desconciertos y suposiciones, algunos datos sobre el origen de esta piedra rara que aparecía de pronto en la tradición ocultista. El título original era Al Azif, siendo Azif el término utilizado por los árabes para designar el rumor nocturno de los insectos, que se suponía que era el murmullo de los demonios (azif being the word used by Arabs to designate that nocturnal sound (made by insects) suppos’d to be the howling of daemons).
En el mismo texto, Lovecraft atribuye su autoría al poeta loco Abdul Alhazred, de Sanaá, en Yemen, que habría vivido en época de los Omeyas, hacia el año 700. Alhazred visitó las ruinas de Babilonia y los subterráneos secretos de Menfis y pasó diez años en el desierto que cubre el sur de Arabia, el Rub al Khali o «espacio vacío» de los antiguos y el Dhana o «desierto escarlata» de los modernos. El poeta árabe escribiría el Necronomicon en sus últimos años de vida en Damasco, atormentado por los demonios y, según Ebn Khallikan (biógrafo del siglo XII), devorado en pleno día por un monstruo invisible frente a los ojos de muchos testigos. «Él era solamente un islámico indiferente que adoraba entidades desconocidas a quienes llamaba Yog-Sothoth y Cthulhu».
DE OLAUS WORMIUS A ALEISTER CROWLEY
Lovecraft menciona luego, en el mismo texto, una serie de traducciones secretas que fueron censuradas, desaparecidas o nunca impresas. Entre ellas la de Theodorus Philetas, de Constantinopla, que sería el que habría de ponerle el nombre de Necronomicon, y la de Olaus Wormius al latín, ambas censuradas por el papa Gregorio IX en 1232. La única traducción al inglés sería la del mago isabelino John Dee, que nunca se imprimió, pero cuyos fragmentos manuscritos se encuentran bajo llave en diversos lugares, como el British Museum o la Universidad de Buenos Aires, según el mismo Lovecraft.
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De acuerdo a Keneth Grant (jefe del OTO, Ordo Templi Orientis): «Históricamente hablando, el Dr. John Dee (1527-1608) fue el primero en dejar un informe detallado de la relación humana con habitantes de la brecha sin dimensiones que hay entre los universos».
Es posible que la obra de John Dee sea de gran influencia en Lovecraft para la creación de los mitos de los Antiguos, siendo este en el pasado uno de los mayores adeptos a la magia que mantenía un contacto mediante prácticas invocatorias con entes no humanos de otras dimensiones.
El doctor Dee era el astrólogo de la reina Isabel; según Grant, estaba desprovisto de poderes «paranormales», pero trabajaba con cierto número de visionarios o videntes. El más importante de estos es un tal Edward Kelly, irlandés que hacía de médium en las investigaciones de Dee. Este último registró en centenares de páginas las largas conversaciones de su asistente con los espíritus.
Los espíritus proporcionaron a Dee, para la creación de su extensa obra Lyber Mysterium, una  serie de invocaciones mágicas o «claves» en un antiguo idioma llamado «enoquiano», un pilar fundamental en la simbología de la logia masónica del Golden Dawn o Amanecer Dorado, a la cual pertenecieron varios escritores ocultistas de la talla de Lovecraft, como Arthur Machen, autor de The Great God Pan. El libro de Enoch es un libro apócrifo del Antiguo Testamento que describe la forma en que los ángeles tuvieron relaciones sexuales con las hijas de los hombres y les transmitieron los secretos básicos de la magia y el ocultismo; en hebreo, no en enochiano. Los espíritus de Dee identificaron el lenguaje de las claves como el de los ángeles de The Book of Enoch, un lenguaje con su propia gramática y sintaxis que, en palabras del escritor Aleister Crowley, «es incluso más sonoro, majestuoso e impresionante que el griego o el sánscrito».
GRIMORIOS Y MANUSCRITOS: LAS METÁSTASIS DEL MAL
En el periodo histórico de Al Azif (siglo X) hay otros tres tratados de magia que definen el estilo del ocultismo de aquella época: en primer lugar, el célebre Kitab-al-Ihud, un misterioso manuscrito árabe que se dice que fue presentado al rey Salomón por el demonio Asmodeo; en segundo lugar, The Key of Salomon (La llave de Salomón); y en tercer lugar, The Sword of Moses (La espada de Moisés).Featured image
Lovecraft menciona en sus relatos los libros negros VI y VII de Moisés, que pertenecen a esta misma serie y encierran la simbología mágica de la cábala hebrea.
Estos libros abundan en invocaciones a demonios, sellos mágicos, personajes místicos, junto a innumerables encantamientos compuestos casi por entero de palabras desconocidas apenas pronunciables y nombres como Ksoo’ppghiel, N’mosnikttiel y Skd Huzi. Nombres muertos pertenecientes a otras épocas, remotas y completamente extintas, que se reflejan en el título Necronomicon: The Book of Dead Names.
Desde la muerte de Lovecraft, en 1937, han visto la luz varios manuscritos que pretenden ser el Necronomicon, siendo el más prometedor de ellos el descubierto por Sprague de Camp (escritor de ciencia ficción, terror y fantasía, creador del personaje Conan el Bárbaro y estudioso de la obra de Lovecraft) en el norte de Irak.
El códice de Camp, desenterrado en las tumbas de Duria y escrito totalmente en los caracteres crípticos del antiguo duriano (una forma poco corriente del sirio), fue considerado durante algunos años por muchos ocultistas como el verdadero Necronomicon. A pesar de que la reciente labor de investigación de Carl Tausk en Viena ha demostrado otra cosa, se ha comprobado que el texto (Al Azif) contiene fórmulas mágicas y saber antiguo que lo relacionan con una tradición similar pero no idéntica.
Robert Turner (fundador de la Orden de la Piedra Cúbica) hace referencia al Libro de Dzyan, de Madame Blavasky (Helena Blavatsky, escritora ocultista rusa), que a su vez se cree es un extracto fragmentario del Maní Loumbourm, el gran depositario de escrituras sagradas y secretos mágicos atribuidos a los dzugarianos, una raza hace mucho tiempo desaparecida que una vez habitó las regiones del Tíbet. Un examen del texto reveló lo que Turner buscaba, acerca de cómo una vez la Tierra estuvo poseída por extraños seres caóticos e increíbles monstruos que, se afirmaba, habían traspasado la brecha desde otros universos en tiempos incalculablemente antiguos, y donde se constata también su expulsión mediante las Fuerzas del Orden.
Turner identifica este libro de evocaciones de entes malignos, caos, oscuridad y desorden, que presenta algunos elementos redentores que hacen sentir su presencia a través de la coexistencia de fórmulas dedicadas a subyugar a los poderes demoníacos, con los trabajos tradicionales de la magia que constituyen el Ciclo Salomónico. En varios de sus cuentos, Lovecraft hace referencia al Libro de Dzyan y a fragmentos tales como: «Las llamas vinieron». «Rodearon a las Formas que tenía dos y cuatro caras». «Combatieron contra los Hombres-Cabra y los Hombre con Cabeza de Perro y los de cuerpo de pez». Turner cree encontrar en The Book of Dzyan el telón mitológico de fondo adecuado para los Mitos de Cthulhu.
«DETESTO A LA RAZA HUMANA, SUS APARIENCIAS Y CONCUPISCENCIAS»
Colin Wilson, autor del reconocido libro The Occult, en una interpretación jungiana sostiene que los sueños de Lovecraft son como visiones momentáneas de planos astrales de lo que Jung llamó arquetipos del inconsciente colectivo. Una memoria que nos conecta con las estructuras básicas formales que anteceden a la generación de las mitologías, que se encuentran en el ADN de la especie y que nos vinculan con los símbolos de una conciencia que acontece en planos interiores mucho más profundos de los que vivimos en la existencia cotidiana. O, como diría Yeats en su autobiografía: «Yo sé ahora que la revelación viene del yo, de aquel secular yo recordado, y que el genio es una crisis que por un momento une a aquel yo soterrado con nuestra mente trivial cotidiana».
El padre de Lovecraft murió de sífilis cuando este tenía ocho años. La relación con su madre era una relación «proustiana», como la llama Wilson, y su salud era muy pobre: «Solo estoy medio vivo, una gran parte de mi energía se consume en incorporarme o andar. Mi sistema nervioso es una ruina hecha pedazos y estoy totalmente aburrido y decaído, excepto cuando encuentro algo que me interese particularmente». Los primeros veintiún años de su vida Lovecraft vivió encerrado en una biblioteca leyendo a Poe, Arthur Machen y Lord Dunsany antes que a Shaw, Wells o Chesterton, a quienes aborrecía. Esta existencia aletargada, tediosa, aburrida, enferma, de una persona que había declarado: «detesto a la raza humana, sus apariencias y concupiscencias», era quizás la más propicia para la generación de una conciencia ocupada en las luces y sombras que disputan en el caos del espacio primigenio. Y no es coincidencia que luego del fracaso de su matrimonio y su retorno de Nueva York a Providence escribiera sus obras más significativas: relatos como The Call of Cthulhu, The Case of Charles Dexter Ward, The Dunwich Horror, The Colour Out of Space. Los estudiosos de los Mitos de Cthulhu observarán que en The Dunwich Horror la entidad alienígena se dispersa mediante encantamientos mágicos del Necronomicon. Y de todas las narraciones de Cthulhu de este período se obtiene la impresión de que Lovecraft había estado estudiando la historia y la práctica de la magia.
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Cthulu
Dice Colin Wilson que, con la edad, Lovecraft «fue perdiendo la capacidad de horrorizar, ahora deseaba evocar la inmensidad del Universo, el misterio del tiempo y del espacio». En ese momento de su escritura es que Lovecraft alcanzó niveles tan poderosos en la creación de su mitología creativa (como diría Joseph Campbell) y así se explica que, a pesar de no ser dueño de una técnica refinada o una forma muy lograda, Cthulhu y los Grandes Antiguos hayan sobrevivido al Pegana de Dunsany y al Poicteseme de James Branch Cabell.
Podemos pararnos a un lado en relación a aquella absurda controversia entre los que creen que el Necronomicon es pura invención y los que creen poder encontrar sus fuentes legítimas diciendo que H. P. Lovecraft alcanzó a pulsar aquel «yo con memoria secular» del que habla Yeats y se puso en contacto con los Primigenios a través de los símbolos. A pesar de que el mismo Lovecraft era el sacerdote que no creía en sus visiones, un simple escritor de fantasía, o, en sus palabras, «el esteta sensible que quiere mantenerse vivo en medio de las ruinas de la civilización tradicional».
BIBLIOGRAFÍA
Colin Wilson. The Occult. A History. PDF.
Donald Tyson. Necronomicon. Madrid, Solaris Ficción.
H. P. Lovecraft. Narrativa completa. Vols. I y II. Madrid, Editorial Valdemar.
—The History of the Necronomicon.
W. B. Yeats. The Collected Works of W. B. Yeats. Vol. IV: Autobiographies. Nueva York, Scribner.
Christian Kent
cksienra@gmail.com