Christian K.
Me propongo – a pesar de la poca autoridad que reúnen mi
escasa actividad literaria y una difusa y traspapelada incursión en el hábito
de la lectura – ejercer el papel de Virgilio en este desordenado viaje por el
Relato Fantástico; lo cual, no sin alguna injusticia, sitúa a quien me lea en
el del poeta que se encuentra perdido en el bosque oscuro de la biblioteca.
Poca autoridad y escaso rigor, pues, no es, y nunca fue, mi
intención establecer cronologías, fechas, procesos de formación, momentos
fundacionales, ni siquiera aventuras hermenéuticas que agrupen, clasifiquen o
impongan lecturas institucionalizadas sobre las obras que componen la
Literatura Fantástica que prefiero.
Sólo esa es mi intención, dar cuenta de una preferencia, de
caprichos personales que me conducen a sacar un libro y no otro de la
estantería del género. Los estudios serios abundan, y han sido escritos por
plumas más autorizadas que la mía. Y qué si no el gusto, el placer, condicionan
los libros que hemos de elegir en el breve lapso de esta vida.
Tal vez le sirva a aquel lector que, lejos de interesarse
por aquella literatura “comprometida”, abnegada diría yo, a los aspectos más
prosaicos de la realidad, se siente atraído por la fantasía.
Sobre el género fantástico ha recaído el prejuicio académico,
que lo ha llamado literatura juvenil, subgénero, o con algún otro nombre que
nos da a entender que las cuestiones serias no pueden ser encontradas entre
unicornios, laberintos o vampiros. Literatura de evasión nos dicen, pero ellos
mismos se dejan engañar por un escenario tan difuso, y tal vez menos verdadero,
que llaman “realidad”.
La fantasía sin dudas le ha servido a Borges, fervoroso
lector de Kipling, de Hawthorne, de Stevenson y de Machen; por qué no puede
servirle al oficinista, sumergido en la ideología rutinaria, para encontrar una
ventana de fuga; tal vez le sirva a la señorita de quince, para pulir la piedra
bruta del aburrimiento.
«Que otros se enorgullezcan por lo que han
escrito, yo me enorgullezco por lo que he leído», escribió Jorge Luis Borges,
que era, a la vez que un erudito y un conservador, un ávido lector de relatos
maravillosos.
No será necesario trazar un camino hacia
la obra del mismo Borges, cada uno encontrará, de alguna manera u otra, su
propio camino. Pero sí, en cambio, es interesante señalar algunos de los
autores y títulos que construyen el extenso motivo de su orgullo. Para ello, no
es necesario el excesivo esfuerzo, ni obrar de antologador, pues él mismo nos ha
dejado más de una selección de sus obras predilectas.
La amistad de Borges con Jacobo Fitz-James
Stuart y Martínez de Irujo, conde de Siruela, más conocido como Jacobo Siruela,
editor y propietario de la editorial Siruela, tuvo como resultado la aparición,
en 1983 (año en que nací) de la colección Biblioteca de Babel (este es el mismo
nombre de un maravilloso cuento de Borges, incluido por primera vez en la serie
“El sendero de los jardines que se bifurcan” y posteriormente en “Ficciones”)
dirigida y prologada por el propio Borges. Cada ejemplar es una joya, no solo
por reunir una nómina de autores insuperable, sino por la sobriedad y el tino
que caracterizan a los comentarios de Borges.
Son 33 títulos los que componen la
colección, recomiendo especialmente “La Isla de las voces”, de R.L. Stevenson;
“La pirámide de fuego”, de Arthur Machen; “El convidado de las últimas
fiestas”, de Villiers de LIsle-Adam; “La carta robada”, de Poe; “La casa de los
deseos”, de Kipling; “El gran rostro de piedra”, de Hawthorne; “El país de
Yann”, de Lord Dunsany; y el “Libro de los sueños”, del propio Borges, que se
tomó la libertad de incluir algún trabajo suyo también, con mérito suficiente.
Otro gran amigo y colega de Borges, con
quien compartió autoría de varios libros, como Seis problemas para don Isidro
Parodi, Un modelo para la muerte y Crónicas de Bustos Domecq, es Bioy Casares.
Bioy casares fue esposo de Silvina Ocampo, cuentista y poeta argentina, cuya
obra no tuvo, claro está, la misma trascendencia que aquellas de su marido y su
amigo. Entre los tres editaron, en 1940, la “Antología de la Literatura
Fantástica”, cuyo prólogo estuvo a cargo del propio Bioy Casares, escueto, pero
con un par de aciertos.
Entre los autores seleccionados aparecen –
John Aubrey, Max Beerbohm, José Bianco,
Adolfo Bioy Casares, Léon Bloy, Jorge Luis Borges, Delia Ingenieros, Martin
Buber, Richard Burton, Arturo Cancela, Pilar de Lusarreta, Thomas Carlyle,
Lewis Carrol, Jean Cocteau, Julio Cortázar, G.K Chesterton, Chuang Tzu/,
Santiago Davobe, Alexandra David- Neel, Lord Dunsany, Macedonio Fernández,
James George Frazer, George Frost, Elena Garro, Giles Holloway Horn.
Una curiosidad que me gustaría resaltar en
esta antología es la presencia de Alexandra David-Neel, con el brevísimo cuento
“La Persecusión del Maestro”, extraído de Parmi
les Mystiques et les Magiciens du Tibet (1929), que es en verdad un diario
de viaje, donde la fantasía y la realidad comparten límites en las visitas que
hace la exploradora a las cuevas de los anacoretas y el templo de los lamas
tibetanos. Alexandra David-Neel, una cantante de ópera francesa de clase
acomodada, paso toda su vida estudiando la espiritualidad tibetana y el budismo
lamaísta. Es por lo menos cuestionable que un texto de la naturaleza de Magos y
Místicos del Tibet aparezca en un compendio de relatos fantásticos, pues en el
contexto en que fue concebido no está fuera de las posibilidades de lo real. A
pesar de ello, es cierto que puede ser leído como fantástico, ¿acaso no pueden
ser todas las cosas?
Jacobo Siruela, un editor de linaje
aristocrático (conde de Siruela), fundó la editorial Siruela en el 82. En 1987
publica la antología de literatura fantástica “El Ojo sin párpado” que,
confieso, nunca he visto. Recién en 2013 publica una de sus ediciones más
interesantes, que reúne autores de tres continentes y de dos siglos (XIX y XX),
“Antología Universal del Relato Fantástico”.
Además de la excelente selección de obras,
el prólogo escrito por el mismo Siruela es muy revelador en cuanto a la
naturaleza y el desarrollo del relato fantástico. Lo más interesante de este
prólogo es que, sin delimitar el concepto de lo fantástico ni fijarlo con
alfileres a un proceso histórico, como lo hiciera en su momento la crítica
estructuralista francesa, Siruela identifica los rasgos fundamentales que
identifican el carácter del género, entre los cuales sobresale uno en
particular: lo fantástico nos sitúa
súbitamente en presencia de lo «inexplicable»: en el mundo común y cotidiano,
regido por hechos, un fenómeno extraordinario pulveriza de pronto, en pocos
segundos, «el orden natural de las cosas». Roger Caillois definió esta
repentina rasgadura de lo real como una «irrupción de lo inadmisible».
En el siglo de las luces, en plena era del
racionalismo francés y el cientificismo, irrumpe en la escena del pensamiento
una literatura fundamentada en la fantasía, en lo sobrenatural, en las
tradiciones mitológicas, para producir un efecto numinoso, o una sensación de
ensueño. Otro rasgo, asociado a los efectos perturbadores de la fantasía, es la
tradición del terror, que comienza con Horace Walpole y su Castillo de Otranto
y alcanza las dimensiones cósmicas del horror lovecraftiano.
El relato fantástico introduce, de acuerdo
a Siruela, la confrontación entre lo real y lo imaginario, entre lo racional y
lo terrorífico, en plena Era de la Razón. En enciclopedismo ilustrado margina
la posibilidad mítica para explicar el mundo, pero, como bien dice Jacobo
Siruela, la imaginación encuentra su refugio en la ficción literaria: “De esta manera inesperada, lo numinoso
encontró en el arte su mejor refugio; al fin y al cabo, es el único lugar en
donde puede campar a sus anchas, fuera del alcance y poder de la ciencia”.
En la antología está
reunida una impecable selección de cuentos de Pushkin, Poe, Wilkie Collins, O”Brien, Dickens, Turgueniev, Kipling,
Ambrose Bierce, Machen, Margaret Oliphant, Lovecraft, Kafka, Silvina Ocampo,
Borges, Cortazar, Lugones, O. Henry, entre otros.
Dos autores que me gustaría destacar de esta antología. El
primero, Ambrose Bierce, autor de “El diccionario del diablo”; en esta obra,
Bierce confecciona su propio diccionario, eligiendo otros significados para las
palabras, imbuidos de una ironía descarnada, de un desprecio por la hipocresía
humana y su malgastado lenguaje. Este es lo que una llama “un libro de
consulta”. El segundo, O. Henry, es un maestro del relato breve, que además
institucionalizó en la literatura los finales sorprendentes, al punto que los
escritores americanos hablan de un final “a lo O. Henry”. Hay un premio O.
Henry, que en una oportunidad se lo dieron a uno de mis escritores de cabecera,
Ray Bradbury.
Otra guía fundamental para introducirse al relato fantástico
es el ensayo de H.P. Lovecraft, el sumo sacerdote del horror cósmico, titulado “Supernatural
horror in Literature”, traducido llana, e injustamente, como “El horror en la
literatura”.
Las primeras dos líneas de la introducción de este ensayo quizás sean las que mayor trascendencia alcanzaron, en ellas el escritor de Providence especula sobre los remotos orígenes del relato de terror: “La emoción más antigua e intensa de la humanidad es el miedo, y el más intenso y antiguo de los miedos es el miedo a lo desconocido”.
Las primeras dos líneas de la introducción de este ensayo quizás sean las que mayor trascendencia alcanzaron, en ellas el escritor de Providence especula sobre los remotos orígenes del relato de terror: “La emoción más antigua e intensa de la humanidad es el miedo, y el más intenso y antiguo de los miedos es el miedo a lo desconocido”.
En la misma introducción ventila algunos elementos
constitutivos del cuento preternatural, como, por ejemplo: “el pavor a las
fuerzas exteriores y desconocidas” o “el asomo – expresado con una seriedad y
con una seriedad de presagio que se van convirtiendo en el motivo principal –
de una idea terrible para el cerebro humano”. Para Lovecraft no es tan
importante la mecánica de la trama como las sensaciones que puedan generar sus
aspectos “menos terrenos”. Como una obra musical, que nos va llevando,
paulatinamente, hacia una sensación, o un embrujo.
En los siguientes capítulos Lovecraft hace un estudio,
guiado por los gustos o disgustos que le ocasionan las obras, del relato
fantástico a lo largo del tiempo y de los diferentes contextos geográficos. A
Edgar Allan Poe le dedica un capítulo entero, el séptimo y más interesante de
todo el estudio. Critica también, con poca consideración, las obras de Walpole, Radcliffe, Lewis, Maturin,
Beckford, Shelley, Hoffmann, Hawthorne, Maupassant, Bierce, Stocker, Machen
(una de sus mayores influencias), entre otros.
En cuanto a la obra del propio Lovecraft, no es difícil forjar
un camino propio, sus Obras Completas fueron editadas en español por Valdemar y
están disponibles en formato digital, solo se exige de uno el esfuerzo del
download y la posterior lectura.
Existe una antología, bajo el título “Los Mitos de Cthulu”,
donde aparecen los precursores del mito (Lord Dunsany, Ambrose Bierce,
Chambers, Blackwood), su ascenso y apogeo (Lovecraft, Robert Howard, Hazel Heald, Robert Bloch) y los mitos póstumos
(Derleth, Bloch, Ramsey Campbell, Joan Perucho). Este libro es un obligado. Otro,
es uno de los más dignos continuadores de Lovecraft en la literatura de terror,
Thomas Ligotti, merece ser leído, sobre todo dos libros: “La fábrica de
pesadillas" y “Noctuario”.
El camino propuesto en este escrito, que fue impulsado por
el ocio y el excesivo calor que nos obliga a permanecer encerrados, debería ser
suficiente para comenzar a caminar en el maravilloso mundo de la literatura
fantástica. Sin olvidar que los libros clásicos siempre deberán ser leídos,
siempre, pues no hubiera sido posible un
Stevenson sin Las mil y una noches; ni un Necronomicon sin El Libro de Enoch;
ni la Novia de Corinto de Goethe sin Sobre los hechos maravillosos de Flegon;
como hubiera sido imposible el goticismo romántico sin el Beowulf anglosajón,
sin las brujas de MacBeth, sin el Doctor Fausto, sin la venganza de Caín y el
hurto de Prometeo.
La cita es de Bioy Casares: “Viejas como el miedo, las
ficciones fantásticas son anteriores a las letras”.